Miles de manos
ajenas, extrañas
me acarician
y yo intento ponerles cara
y nombre.
ajenas, extrañas
me acarician
y yo intento ponerles cara
y nombre.
Como si fuera a salvarme del impacto,
pienso en todas esas noches
en las que me salvé
y me pregunto
por qué elegí condenarme,
en el fondo
no podría vivir
sin el caos voluntario,
sin la decadencia elegida.
Si estamos condenados
a vagar por el desencanto
mejor provocarlo uno mismo
y así creer que se controla la situación,
es más elegante
la destrucción voluntaria
porque en ella está la salvación.
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