Siempre la misma frecuencia de pensamientos, los mismos
patrones de terrenos, de convenciones sociales, de relaciones interpersonales.
Los mismos rituales, las mismas clasificaciones. Los miedos perpetuos, las
ansias permanentes. Las traiciones de siempre, siempre los mismos traicionados.
Los hijos de puta y los buenos. Los malvados y los santos. Las ganas de matarse
y las ganas de vivir. Aquello de “los que dicen ¡quiero vivir!, los que dicen
¡no lo soporto!”. Esto son problemas de espacio, pienso, a veces, la intención
de reducir al mundo en cajas y cajones que se superponen como muñecas rusas,
esa necesidad de encajar todo con todo, de meter hojas y flores en el mismo
saco, nidos de arañas y sapos en la misma esencia. La necesidad de contraponer,
igualar y superponer conceptos, aprovechando, esta forma de conceptuarlo todo,
de cosificar el aire, de sumergir a los animales en ácido, de atravesarnos la
piel con alambres y crucificarnos en el más allá. Este absurdo deseo de darnos
alas. El amor y el odio como complementarios al igual que los colores que pueden llevarse
el mismo día en el mismo cuerpo y que por separado tienen el mismo sentido pero
una naturalidad aburrida. La necesidad de hacer mezclas previsibles pero aún así
sorprendentes para acentuar que radicalmente somos distintos de las
generaciones anteriores y que, por supuesto, nuestros hijos nos odiarán y nos
lanzarán al lugar de las creencias absurdas y los conocimientos abstractos que
tanto hemos adorado y que en el futuro no servirán de nada. Es la etapa más
crucial de todas, pero esto es únicamente porque es la que estamos viviendo,
años atrás estaban dando saltos pregonando sentencias que ahora caen como losas
sobre nuestras cabezas. Hoy evito ser lírica, evito la prosa y la poesía, evito
mirar lo que escribo, evito respirar en periodos muy consecutivos, muy
continuados, desde que me enteré de que el oxígeno te oxida vivo apreciando un
poquito más los segundos, qué ridículo, qué infantil, supongo.
lunes, 22 de junio de 2015
No hay una verdadera historia trágica, pero si quisiéramos contarla,
todo se convertiría en polvo y saltaríamos como cohetes huyendo de la mierda,
con los pies en polvorosa, esnifando pólvora para entonarnos, componiendo
sinfonías de un lirismo absurdo, empolvándonos la nariz en baños públicos, sin
más intención que dejar de contar que somos únicos y que tenemos en el pubis
todas nuestras motivaciones, exacerbados dueños de lo que creíamos nulo,
adulando escaparates de arroz y vidrio, atormentando escenarios vacíos,
adorando el vacuo sentido de comer sentados. Estamos perdidos pero no lo
reconocemos, porque en este estado cataléptico la apatía se mezcla con la
podredumbre y nos abandonamos a los vicios más reconocidos entre troncos de
asfalto y miel molida, nos hemos acostumbrado a librarnos por los pelos en las
situaciones más extravagantes y excavamos bajo tierra para esconder nuestras
costumbres más vergonzosas, porque aquí nadie tiene pelos en la lengua para
hablar de cosas ajenas, pero se avergüenzan profundamente en su propio terreno.
Esto se debe a que nos han dicho que la lengua es útil para el conocimiento
mismo, pero el lenguaje es corrupto como el mismo hombre que lo utiliza, dicen
que los animales también se comunican y es cierto, pero los símbolos son tan
simples que parecen espejos y a través de las montañas se comunican espacios
que simbolizan esferas, que saltan esperando, que excavan rocas, que matan
toros, que riegan dioses, que se manifiestan, que esconden tesoros, que
escriben voces, que practican teatro, que externalizan, que estudian latín y
griego, que follan en todos los colores, que han olido el mar y no les gusta,
que se han esnifado mitad del próximo oriente, que predican paz con cuchillo en
mano, que utilizan hojas para liar cigarros, que atan las zapatillas con
cordones de esparto, que han regresado al pasado para no rescatar nada, que se
creen héroes por no matar, que no han salvado jamás hormigas, que degeneran en
tonalidades sucias, que pretenden convencer al otro, que comen con cubiertos de
plástico, que se creen mejores que algo, que no rescatan pájaros, que son
políglotas, que escriben sobre cosas absurdas, que redactan en párrafos, que se
asombran por nimiedades, que pretender ser perfectos, que se autolesionan, que
atraviesan campos para hacerse fotos, que lanzan al mar los recuerdos, que se
creen bohemios, que visitan tiendas, que no tienen vicios, que escriben en
papeles reciclados, que no han tenido infancia y que no quieren tenerla, que
piensan que opinar sobre temas controvertidos les va a traer problemas, que no
se han mantenido al margen antes, pero que ahora lo hacen, que no lloran en
público, que les da pánico la ejemplificación de sus miedos, la materialización
de sus almas.
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