Me gustan las cosas puras, lo más próximas posible a su
esencia, o a su transformada esencia, pero manteniendo siempre ese punto de
pureza distintivo. Odio el café con leche, el azúcar en el té, quemarte a
medias, salvarte a medias. Creo que algunas transformaciones están hechas para
condenarse de forma mediocre, lo que para ellos es salvarse. Puestos a
desperdiciar el día lo duermo entero, y si voy a aprovecharlo no duermo, la
madrugada me llama con imperiosa furia, como con urgencia de mí y yo sólo puedo
hacerle caso. La mañana siguiente es tentadora y raya el borde de lo ordinario,
tan loco que es casi mediocre. ¿Me rapo el pelo o lo dejo crecer? Preguntas
irrelevantes ahora. El caso es que hace tiempo decidí mantenerme firme, “sabes
lo que vales… ¿qué coño haces?” y eso hago, mantenerme firme, no como
imposición moral de mi yo supremo, sino como obediencia a un sentimiento de mi
yo real, de ese que escucha lo que pienso, porque creo que todos tenemos ese “yo
real” ese “yo puro” pero lo tapan desde niño porque es demasiado sabio, tiene
todas las respuestas a todas las preguntas y por eso lo corrompen, le ponen
telas y telas con diferentes nombres, prejuicios, miedos, inseguridades,
convenciones… etc y luego estás tú escuchando un eco difuso de fondo que aún te
confunde más. Lo que deberíamos hacer es romper todas esas telas impuestas que
secuestran la esencia del hombre, teoría fácil.
Amo la pureza y la decadencia, extremos que se rozan constantemente, qué voy a hacerle...
Amo la pureza y la decadencia, extremos que se rozan constantemente, qué voy a hacerle...
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