Te espero
con la
ventana abierta,
sin
persianas,
sin
cortinas,
abierta,
como el
corazón partido en dos
dispuesto a
ser reparado
o destrozado
para siempre.
De noche,
porque los
contactos más puros
son a la luz
de la luna, pues
sólo ella
permite la conexión directa
de las almas
sin tabúes
ni estúpidos
formalismos diurnos.
Tumbada en
la cama,
resignada a
tu
inevitable llegada.
Despiértame
sólo si es para quedarte,
o al menos,
para
intentar quedarte.
Rendida, con
miles de armas
bajo la
almohada,
te espero,
debes de ser
mi redención
o el paso
último
para
convertirme en un autómata.
Las armas
están descargadas,
no tengo
ganas de defenderme.
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