Poner demasiado empeño en el odio es en realidad camuflar un
amor imposible. Yo decía, odio la paz y el calor, pero ardía de frío. He pasado
meses zambulléndome en un mar que rechazaba la calma pero que necesitaba ser
acariciado. He perseguido bombas atómicas para volar los refugios que en
realidad ansiaba. Me anticipaba siempre al desastre. Los dramas cotidianos son
ignorados por los que son incapaces de enfrentarse a ellos, pero se hacen los
profundos rodeándose de banales gritos vacíos. Sabes que hay belleza en todas
partes, lo que te convierte en alguien profundamente bella, somos lo que no
sabemos, somos cuando no nos miran. De reojo todas las noches brillan de
distinta forma y es que enfrentar la inmensidad lo cubre todo de negro. Otro
invierno, el mismo vaho, los mismos caminos. Llegó la paz, llegó el templo. La
antítesis es la antesala al encuentro, yo te buscaba sin saber que existías
tras el humo, tras los líquidos rasos, tras las sombras que proyectaba mi
figura extasiada. Es posible que en soledad los ecos suenen más fuertes, son
sabias señales directas a las sienes de quienes los proclaman. Necesitamos un
choque que pare el ruido, que trasforme los muros en losas, que las haga
volátiles. Yo no acostumbro a escribir para relatar, de forma lenta ni pausada,
yo me rajaba en líneas y no sangraba por los ojos. Hoy el tiempo parece
detenerse de una forma nada apática, todos los vacíos encajan. Quiero decirte
que las mayores declaraciones de amor no se hacen, que esto sería el equivalente
a una chimenea encendida, salvavidas en el Ártico.