No es tristeza, es el vacío que la antecede, el desconcierto
previo al llanto, la ausencia de palabras, el nudo, la nada. Se oyen los
ladrillos al impactar con el suelo, lleno de escombros mi reino, poco a poco.
Caen las gotas como amenazas cada vez más ininterrumpidas de la desaparición
del todo, pero el hielo nunca se desaprovecha, lo hemos lamido hasta fundirlo.
Sobrevuelan la habitación miles de fantasmas de personas que no están, ahora,
algunas se han ido para siempre, otras simplemente han cambiado, otra forma de
irse. Nadan en el deshielo pasado todos los recuerdos y llegan a una orilla
tranquila, después de los rápidos, pacen húmedos y agonizantes en la salida o
entrada a mi ser. Los deseos se fosilizan por esperar demasiado, aunque debo
reconocer que no soy una persona paciente y rápido estrello emociones
petrificadas contra mis paredes, mi mundo está lleno de sedimentos. Vivo y
crezco en torno a ellos. Nacen flores sobre muertes ajenas, los grandes templos
esconden tras de sí sabiduría, no son ni existen como fin único, sino para
proteger lo que en ellos habita, son la representación física de una inmensa
profundidad. Jamás abraces un emblema sin comprenderlo. Las flores que yacen
sobre las tumbas no son depositadas allí, nacen de ellas, y todo lo demás es un
error demasiado asumido.
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