Ella era insegura en el fondo, no por falta de confianza o
de amor propio, sino porque en su mente había tantas puertas y opciones, eran
tan perfectamente redonda y deslizante que las ideas resbalaban constantemente
de un lado a otro y nunca sabía cómo iba a encontrar su cabeza al segundo
siguiente. Pocas ideas se quedaron ancladas, pero las que lo hicieron eran
firmes, ¿principios inamovibles?, quizás.
Corría siempre de un lado a otro y se sentía atraída por lo
que sabía que iba a desquiciarla, no sabía muy bien si quería hacerse fuerte a
base de hostias o provocarse una muerte prematura, siempre esa dualidad. Así
que así iba, menos destructiva de lo que aparentaba, más profunda de lo que
decía. Sólo en el eco de su risa se escuchaba el verdadero mensaje y era tan
aterrador como cierto, como ajeno para ella. Reía y reía y no se limitaba a
contentarse con el placer espontáneo, hubiera sido capaz de reventarse la
cabeza para sacar todo lo que allí habitaba y exponerlo al mundo, decirle, “eh,
aquí queda mi legado, desaprovechadlo, no voy a quedarme viéndolo” pero nunca
lo hizo porque la resignación le pareció siempre tan tentadora que decidió
repudiarla, no era tan fuerte como para desertar dignamente, aunque lo sería,
claro que lo sería, y entonces tendría que plantearse si quedarse o marcharse,
si matar por no salvarse o por lo mismo.
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