A medio camino desfalleces, sientes que te arrastran
hilos invisibles desde todas direcciones, siempre intentando seguirlos a todos,
siendo consciente de la inutilidad de esos actos, ¡cada puto hilo te lleva a un
lugar diferente! En contraposición al mundo, de culo a todo lo decente. Te
arrodillas y lloras, hundida, deshecha en mil pedazos, piensas… ¿a quién debo
seguir? ¿Por quién debo dejar arrastrarme? Abandonarte a merced de una entidad
desconocida, deslizándote por el suelo que te recibe como papel de lija, fluyes
rápida, herida, sin sentir siquiera el dolor. Para. Ponte en pie y deshazte de
todos esos hilos que cada vez se hacen más fuertes, filamentos casi metálicos
te amarran incrustándose en tu piel. Has sido muy poco precavida, te dejas arrastrar
desnuda y en torno a ti aumentan su poder. Los arrancas de tu piel con furia,
la fuerza contenida en la pasada desidia, se llevan trozos de tu carne, inevitable
pérdida. Quedas tú en mitad del vacío, sangrante, exhausta, con una sonrisa en
la boca y el sabor a libertad.
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