lunes, 1 de septiembre de 2014

Creo fallar en la inspiración de un hombre que aún no ha nacido y me refuerzo rodeándome de aire comprimido en paredes diminutas que se difuminan en la distancia. En la lejanía sólo aparezco yo en lo alto de una montaña, nada alrededor, nadie alrededor, y sonrío, no se sabe si triste o alegre, la sonrisa se camufla con el paisaje y huele a lluvia y  a incienso. No estoy cansada pero mi expresión podría no haber variado en un cuarto de siglo. Me dices que te asustan las alturas y que nunca vas a acompañarme, no me dices nada, no me miras, no existes. Rechazo por norma lo que por costumbre no llega, huyo de las situaciones complicadas. Lo que busco no puede explicarse, lo que no puede explicarse no puede conseguirse. Avanzo sólida, respiro entrecortadamente. Ayer fui, hoy no soy, mañana no seré. Sueño que corro a toda velocidad y no me canso, como cuando voy borracha. Empiezo a desechar viejas costumbres, antes el amor imperaba y a la mínima se aferraba a mi voz, un choque de miradas, una noche y yo dejaba de poder pronunciar palabra. Me arruinó, literal y metafóricamente, ahora me desvisto sola y mi proclamo dueña de mi propia tumba, de mi mundo, del cielo que miro, el único que puedo ver, es mío. Mis ojos captan la imagen, propia, cada matiz es mío, impregno, me impregna la realidad interpretada a mi manera, involuntariamente. Mi reino, mi solitario reino.

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