Y yo me senté en un lugar que no me correspondía, una celda
oscura y muy triste, pero no era mi celda y yo me sentía feliz. Un día llegó el
verdadero preso, su inquilino obligado, se materializó como la niebla, tenía
tacto de niebla y sabor a barro y me dijo “no voy a apartarte, me iré con mi
tierra a tu castigo, construiremos figuras de barro en el lugar que deberíamos
ocupar nosotros”. Él se sentó en mi celda y obedecía a mi carcelero al igual
que yo obedecía al suyo, fumábamos y no fumábamos, dormíamos y no dormíamos,
todo se convirtió en un juego muy divertido. Los latigazos no dolían, las
esposas eran puro vicio, amamos el sado, los gritos era indescifrables,
incalificables. Reíamos a través de las rejas, por encima de las rejas,
atravesando el asfalto. Éramos muy divertidos.
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