Y fui a ese lugar donde las sombras se ocultan de las
sombras, debiste decir “es tarde, es tarde” la noche se contonea allá arriba y
nos lo impide todo, lo concede todo. Abre los brazos y las piernas y nos
atrapa. Como si caer no sólo fuera un mero proceso utilizábamos todos los
sinónimos posibles y presumíamos de ello. Éramos la vanidad, la banalidad. El
humo que no precede al fuego, el humo por el humo, puro presentir lo absurdo.
Lo más presuntuoso del mundo. Fuimos la estatua, la esfinge, las navajas entre
los dedos, las partidas en la mesa, en las estaciones, en las muñecas, los
brazos rotos, las lágrimas rodando por las mejillas, los hospitales, las salas.
Fuimos las mesas rotas y las muñecas abandonadas, los círculos vestidos de
blanco. Mientras seguíamos en pie, permanecíamos inmutables, daba la triste
sensación de que permaneceríamos de forma perpetua.
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