domingo, 21 de diciembre de 2014

Odio la poesía y todo lo que la envuelve, los absurdos rituales, la falta de rituales. Odio mojarme en invierno, vivir en medio del desierto cuando nadie está. Esperé, quizá no, pero me daba la sensación de que esperaba, tenía la alegórica imagen de mi cuerpo gris acerado sobre el asfalto, sentada con las piernas cruzadas. Esa imagen me martilleaba el pecho durante toda la noche, pues siempre he sabido, igual que entonces supe, que la espera siempre es estéril, que esa imagen iría cada vez asentándose más en mi pecho, cerrando el vacío entre mis manos, temía aferrarme a ella, que ella se pegara a mí, ser uno, yo y la espera. Yo la que espera. La espera que nada trae, la inexactitud del tiempo, la improductividad, el incesante correr de nada.

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