No subirse en la montaña paralela a la montaña del miedo,
que el amor no se enfrenta a ella. No saltar ni disociarse entre murallas que
separan dos tierras profundamente pegadas y remotamente lejanas, en cuanto a
ser, yo soy la que salta, la que en el aire se somete a las dos disciplinas
imperantes, soy la dualidad del que desea vestirse de blanco y dejar de vivir,
soy la que conjunta el negro con negro y alía la noche con ella sólo para arder
interiormente, sin iluminar ni un poquito la calle. La que apagaría farolas
sólo con mirarlas durante toda la noche. La que hace anochecer la Tierra con
permanecer doce horas de pie orbitando. El epitafio de las manos en las que
anida la duda y el corazón sangrante, sacado a airear para untarlo de salitre,
el hombre que se retorció en un cuerpo para cambiarse la cáscara después de
comerse anteriormente a todos sus hijos. El rey del tiempo ha dictado mil
nombres y sobre ellos sentencias que no se cumplirán porque cesó el margen de
actuación para una mente rápida. Visita a los otros, comunica tu visita en la
visita y no amplíes el margen ¡vine, estoy aquí!, ¿puedo estar aquí? Y pasar
dentro, como quien rompe la tela para insertar el germen de la vida, o como
quien rompe la tela para salir de ella. Aunque espero, espero que la salida sea
aún más luminosa.
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