Tienes la familiaridad del acto al que altruistamente te
entregas, si bien no beneficia a nadie, debería estar dotado de otra
consideración, considerado un vicio, una actividad estéril, un pasatiempo. Como
el que recorre los pasillos de la casa que él mismo ha construido, el que se
recluye para oírse golpeando su voz entre las paredes. Quieres tu templo de
erudición destruido, quieres las sombras conocidas por la repetición de
movimientos en secuencias similares, secuencias que, aunque se alternen, nunca
se alteran.
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