Él no aprecia que tras la sombra
del árbol
está el árbol.
Bebe ron olvidado,
roba pan e incienso,
es sofisticado en vicios.
Quizá no se esconda
porque él es ciego.
Quizá se esconda
porque él es ciego.
Ningún santo salta
a la comba
en palacios ajenos.
Es decir, nos divertimos
observando
lo que odiaríamos hacer
en carne ajena.
Ella no llama a las tres
de la mañana a casa
ni suplica astucia
para conseguir excusas.
Nos sentamos aburridos
de nuestro propio absurdo
y eso que aún no hemos comprendido
la esencia del templo.
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